Roberta se fue hacia su casa, no quería ver a Rafael, no quería verlo, además su padre la estaba esperando. Fue a su casa y escribió una nota para su madre. Salió, se fue hacia el sitio favorito de su padre, un río de aguas cristalinas con un puente que lo cruzaba. Subió hasta él, se sentó en el saliente agarrada a la valla, el agua corría tranquila bajo su cuerpo ¡Cuántas veces había venido junto a su padre y había hecho esto! Giró la cabeza hacia un lado y lo vio, su padre estaba allí y le hizo una seña para que lo siguiera. Se tiró al agua, el verano pasado hizo eso mismo. Roberta no se lo pensó dos veces, siguió a su padre, se tiró al agua. Cuando cayó no pudo luchar contra la corriente mucho más fuerte que en verano. Intentó no ahogarse, en aquel momento quiso vivir pero no pudo soportar la velocidad de la corriente. Se iba a reunir junto a su padre, iba a estar junto a él por siempre, sin nada que los pudiese separar.
Rosa llegó del trabajo a casa un poco más tarde de lo normal, tenía una reunión muy importante y se alargó un poco.
Roberta ya estoy en casa – Dice sin respuesta alguna - ¿Roberta?
Va hacia la habitación de Roberta y ve una nota encima de la almohada.
“Adiós
Me he ido con papá”.
Rosa se echa a llorar, su niña se había ido, y no iba a volver, se había ido para siempre, no había conseguido superar la muerte de su padre ¿cómo no se había dado cuenta? A la mañana siguiente la llamó la policía, un excursionista había encontrado el cuerpo de su hija. Se había ido con su padre.